La infancia es una época de oro, que marcará nuestras vidas
para bien o para mal. Una niña o un niño a través de los ojos de la pureza, la
inocencia y la ingenuidad no podrán distinguir
algo bueno o algo malo. Para ellos no hay ni bien ni mal, son moldeables
a las circunstancias o al entorno. Son arcilla en las manos de los padres y de
la sociedad. De ahí la importancia de estar muy alertas a su desarrollo con el impacto del advenimiento de las nuevas tecnologías
encabezadas con la red de redes, es decir: internet. El mundo cambió para
siempre y sin vuelta atrás.
Hoy ya no basta
pertenecer a un cierto grupo o tribu humana. Hoy es de casi extrema necesidad
relacionarse e interactuar con la aldea global para informarnos, comunicarnos y
entretenernos. Es decir, hoy en día se vuelve vital “decirle” al mundo que
existimos, que tenemos voz, que somos alguien. Asimismo, es imprescindible participar en el.
Las teorías y estudios psicológicos, sociológicos, antropológicos
entre otros, van y vienen para explicar el fenómeno en que se ha constituido internet
y las redes sociales. Lo que es cierto y visible es que todos somos “hechizados”
por su magia e influencia y nuestros hijos no son la excepción.
Podríamos generar un debate de los perjuicios y los
beneficios de las mismas, para que al final nos demos cuenta de que nuestros
hijos quieren participar o ya participan de ellas. Esa es la realidad.
No
darnos cuenta que es el mundo en que les tocó nacer, sería tanto como quererlos
meter a una burbuja de cristal para aislarlos de su propia época, de su vida; sería
como cortarles las alas. Sin embargo, y aún a nuestras restricciones o “protección”
los chicos de hoy, tiene una y mil formas para salirse de esa cárcel para
volar, o mejor dicho, para navegar en la web.
Más allá de una moda, es la nueva
forma de vivir, trabajar, estudiar y sociabilizar. Internet es el presente y el
futuro.
La clave aquí está en el compromiso y responsabilidad que
tengamos con nuestros retoños. En dar esa crianza respetuosa y con causa que se
merecen nuestros hijos. Es decir, enseñarles a aplicar los valores y principios en el mundo
virtual como en el real, así como la
información y herramientas para salir ileso. Por ejemplo respetar, los términos
de uso y políticas de privacidad que maneja cada red social. Casi todas ellas establecen
como edad mínima para crear una cuenta, los 13 años. Pero si a nuestros hijos no
les hemos enseñado -con la palabra pero sobre todo con el ejemplo- a respetar, será
muy fácil que falseen la información. O peor aún, que creen un perfil con un
falso nombre para que sus padres no se den por enterados que ya
tienen una vida virtual activa.
Así como nos esmeramos en que estudien en el mejor colegio, tengan una
buena alimentación y se desarrollen de manera óptima, el buen uso y manejo de
internet, las nuevas tecnologías, las redes sociales y la navegación es un
asunto que se debe incorporar a nuestro
sistema familiar, donde se establecerán los límites y las reglas de la casa, como un área más de
su bienestar.
Esconder la cabeza, fingir demencia o creer que nuestros
hijos están a amparados del encanto y peligro del mundo virtual, es un error
que puede costar muy caro. Por ello y como en todo, es mejor prevenir que
lamentar.
La comunicación asertiva y responsable, donde se establecen
los límites que pongan a salvo su dignidad, su seguridad, su integridad… y la de
los demás, hará la diferencia en este
nuevo sistema global, donde situaciones como el cyberbulling (ciber acoso),
grooming (acoso sexual a menores en la red), sexting (envío de imágenes de
contenido sexual a través de teléfonos inteligentes o internet), sextorsión,
pornografía infantil, entre otros, son el cotidiano de los peligros a los que
están expuestos nuestros hijos.
De ahí la importancia de estar más que preocupados, ocupados
y atentos; en sintonía con nuestros
hijos y el mundo que les tocó vivir.
Por una niñez sana, informada y protegida